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¿De qué hablan,...o están haciendo arte?

Patricia Viel-Mónica Alvarado-Lucía Torres-Nilda Rosemberg

Texto de la exposición colectiva en el Museo de Arte Eduardo Minnicelli, Río Gallegos, Santa Cruz, Argentina

Aldo Enrici

 

Introito. El arte del que hablan.

Cada vez que se pregunta por la definición de arte respondemos que, para eso, se depende tanto de la época, como de ciertas concepciones. Dependemos, además, de qué dicen lo(a)s artistas cuando hacen arte. Hablan del arte a través del arte. En ese caso nos cuestionamos “de qué hablan cuando hacen arte”.

La palabra “arte” es de origen latino. La palabra “poética” es de origen griego. Dicen lo mismo. Esta última es más apreciada por la siguiente razón. Lo poético es una forma de hablar que refiere a la interpretación creativa y terapéutica. Inicialmente aludía a una generación performativa que Aristóteles encontró entre la Tragedia Griega y la Épica.

La acción del arte marca una situación que no merece, así nomás, el nombre de “arte”. Merece también el nombre de alguna revelación, de cierto embozo que aguarda para sorprender. Es una fantasía que nos envía hacia el origen de la sensibilidad. La riqueza del arte deriva en una inquietud sensible que se pone en obra.

En el arte, por fortuna, no se comprende del todo lo que se hace desde lo que se hace. Se suele hablar de inspiración. Es como si alguna boca materna pusiera en el pico alocado de su pichón, todavía ciego, el buche nutritivo. Ese bocadillo, que tanto se espera, que no puede procurarse todavía, hace una promesa de vuelo próximo.

Por simple que pueda parecer a primera vista, pone de manifiesto el peculiar tipo de mediación que caracteriza a la proposición artística. El mundo, cada mundo, adquiere sentido desde esta acción creadora de sentido en tanto sea compartida. El arte le muestra un modo de darle sentido comprensivo a una intervención realizada sobre los elementos cotidianos. Cada modo de hablar del arte es una invitación al mundo.

Existe una necesidad de profusión comunicativa en el arte. Un pedido para que nos señalen la verdad. Algunos episodios del arte son tan particulares que parecen fabricados. No estamos hablando de una fábrica cualquiera, sino de una dispersión de energía que se puede concentrar. Una dispersión que contrasta con lo inmediatamente útil de cualquier cosa. El arte es un útil mediato que requiere paciencia.

No podemos usarlo para tapar el hueco que persevera en una pared. No podemos poner un cuadro para simular las carencias materiales de una habitación. El cuadro, al contrario, denuncia las carencias, no simula. La necesidad de seguridad que exhibe el arte se restaura con el cuadro en su verdad. En el arte se muestra un vacío apropiado.

Los artistas dicen lo que sienten en obra. Dicen algo que los demás no sentimos. Necesitamos saber de qué están hablando cuando lo hacen.

Cuando inquirimos.
 

Patricia Viel.

Del arte no podemos imaginarnos los procesos, sino sentirlos. No imaginamos los episodios mediante los cuales alguien llega al episodio artístico final. No sabemos de qué habla ese 

proceso por el cual se llega el episodio estético. Hay pistas. Hay señales. El británico William Turner, se ataba al mástil de un barco para sentir la embestida del mar durante una tormenta*. Luego volvía a su tapiz para pintar lo que había sentido. No quería que los demás sintieran qué es la embestida del mar, sino qué se sentía.

Se realiza una acción de socorro en que la estepa es interceptada por una seña fluorescente de bengalas. Habitualmente las bengalas son un pedido de socorro. Se sale de la esfera del mundo por unos instantes para anunciar que después de tanto equilibrio nos hemos dado cuenta de que el mundo, tan esférico, ha terminado por engañarnos con alguno de sus trucos globales.

La Areté del arte se divisa en la prudencia de lo que muestra un artista. Se descubre un cuadro. El cuadro no engaña, pide auxilio. Patricia se ata a la historia del viaje esférico. Enseña cómo las bengalas sirven para avisar lo que necesitamos para seguir manteniendo el sentido del mundo. Creemos que el mundo tiene huecos, como una vieja pared. Ella quiere que sintamos lo que siente.

En cada uno de ellos se rueda una explosión de significados. Una explosión de colores remonta el momento de sosiego en que Magallanes estrechó el orbe. Las bengalas fulminan cada uno de los lugares en donde hubiera paisajes en condiciones de tragarnos. Paisaje en condiciones de hacernos parte de su paisaje.

 

Mónica Alvarado

Comúnmente solemos decir, cuando estamos al borde de una analogía estética, que ya hemos visto en algunos pasos de la historia tales proporciones. La analogía, dice Mauricio Beuchot*, se cierne entre lo equívoco y lo unívoco, entre la disparidad urbana y la igualdad originaria.

Mediante la analogía avisamos una semejanza. Hay una cercanía por defecto o por afecto. Un amor entre las cosas. Tiene un significado que no percibimos. Un giro, una copia desmañada de algo que se le escapa a uno. El pez resbaladizo de lo real. Como si no pudiéramos hacerlo sin encontrar algo valioso que sale fuera de nosotros. Mientras no lo topamos entramos en desesperación. Hasta que descubrimos que dentro nuestro hay belleza.

Se mimetiza lo momentáneo. Lo transcribe la tierra. Enmarca la generación de equívocos que no habríamos encontrado en ninguna parte, a no ser por nuestro interés en una utopía de la vida, donde de veras sea cierto el amor*. A no ser por la verdad como un juego de ocultación y mostración. Se remite a la concepción de pugna entre tierra y mundo*. Porque nos desesperamos es que la belleza está. En el viaje interior que hacemos para ver cómo está ese paisaje que comienza por la garganta y termina en la espiritualidad. La espiritualidad no es un órgano común sino el órgano de los órganos. Aquello que vierte emoción al resto de nuestra fisiología, despeja la contaminación que llevamos dentro.

La contaminación es en el corolario, una humareda de espíritus que se dejan escapar. Buscamos día a día, noche a noche, ocaso a ocaso, la forma de reencontrarnos con el propio esfumarse. Diseminación del sentido de un comienzo, más que de un fin. Mónica se dirige hacia el comienzo en su sentido prudente. Trabaja en la pesquisa que renueva nuestra necesidad de ser espirituales. El humus de las sustancias.

La descomposición en espíritu de los restos orgánicos aparece. El olor a bondad. La parte prodigiosa de la tierra renace. Es el testimonio de lo inasequible. Rescatando de la reminiscencia del carbono para traerlo a la superficie. Lo que es útil para el agricultor lo es para el artista. Una analogía del encuentro en cuanto la negrura del humus proporcione herramienta. Grafitos se guardan dentro de sí para su próximo bosquejo.

 

Lucía Torres

El episodio poético pacta en hablar como si contara una breve historia, al pasar. Para Lucía Torres, más que terapia, más que un aporte a la teoría de las ideas, las propuestas sensitivas serían apuntes para refugiar relatos frágiles. En estado de enajenación poética, no serían sino pinceles paliativos de la historia en versión pasajera. Los horizontes se ficcionan. Luego fusionan, empalman.

Las buenas experiencias nos llevan a logros de interés. Distinta a los grandes logros. Breves logros que se mantienen en vecindad permanente con los “dioses”. Penetran a través del velo de las apariencias, para acceder a eso que está oculto, minorizado. Acceden a aquello que gusta de ocultarse para la mayoría. El éxito de la maniobra deja a un costado las diferencias*.

Todos ellos acarrean, por fortuna, la pepita de oro de algo que difícilmente se distingue al simple contacto. Fuera del gusto por la teoría, por el descubrimiento, por lo universal, por lo idéntico, hay una delicadeza maleable en cada exhibición de Lucía. Los sentimientos robustos se compaginan desde lo minúsculo. Papeles que contienen sencilleces, orientadas a ser olvidadas, ahora están encofrados en acrílico de tiempo.

Lucía nos dice de un género reanimatorio que habría hecho de su contar una suerte de farmacopea. La farmacopea de las singularidades. Los humanos tratan sus fobias, sus neurosis, desde la textura de los libros, desde la factura de las manos que suenan y que tocan, que ilusionan. Transforman leves manchas en visiones.

 

Nilda Rosemberg

Su obra aspira tensionar las normas de lo performativo hasta donde lleguen las agallas. Normas que ofrecen un retorcerse fibroso de sí mismo. La fibra mejor valorada es la que retuerce el cuerpo. En sí, un sostén que tomamos para utilizar como alfabeto del movimiento. Si reparamos en el sistema de escritura, la textura alfabética fluye.

A diferencia del lenguaje ideográfico, como el asirio, se permite construir objetos para encarnar estremecimientos de enlace. Un formato específico de transliteración. Una polivalencia del​ sistema, que puede incluir más información que el original. Es el secreto. El restablecimiento del balance inestable de la vida hace la experiencia de sentirse próximo a lo que se mantiene por sí mismo.

Homero desovilla una tejedora sin género definido. Joyce da a luz a Bloom. A la vez una madre, un Mesías. La madre-mesías, está crucificada. Aparente hombre y aparente mujer*. Nilda Rosemberg se translitera entre el arte y la gente. Se desovilla entre lo estricto y lo continuo.

Pensar deviene en el pesar, para hacer un equilibrio balanceado. Hacer deriva en corregir el desequilibrio del pensar. En la medida que la vida corporal se vuelve una acróbata, inquieta el cuerpo, enlaza sociedades.

El hecho de que la fortaleza social llegue a sostenerse por sí misma lleva una búsqueda sobre la cuerda floja. Un arrojo que enhebra la forma de reducir fuerzas. Para mantener la inocencia en estado libre se crea una política del equilibrio inestable. Se abandona el hacer por hacer. Se respalda la propia habilidad de la evocación.

 

  • Solkin, D. “ El vendedor viajero y el hijo del granjero: el arte de J.M.W. Turner y Jonh Constable”

  • Mauricio Beuchot, La Hermenéutica analógica.

  • García Márquez. Discurso de recepción del premio Nobel.

  • Hans- Georg Gadamer. La verdad de la obra de arte.

  • Richard Rorty. Verdad y Progreso. 

  • Jacob Albert, Olivia Coates, and Matthew Gerken. https://campuspress.yale.edu/modernismlab/circe/

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