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Los restos del fin por Claudia Ferreto

 2016

Mi casa se estaba quemando y sólo podía salvar una cosa. Decidí salvar el fuego. No tengo dónde vivir pero el fuego vive en mí. Y me defiende discretamente de todo lo impuro. Mi futuro ya no es importante. Sólo cuenta la intensidad del instante.

Jean Cocteau “Salvar el fuego”

 

¿Qué deja el fuego que borra huellas y arrebata la existencia?, ¿qué queda después del fin? pregunta Patricia Viel; que urga escombros, rescata libros que resisten incendios, busca pesquisas en ese intervalo o intersticio de lo que era y ya no es; indaga en el borde, en el límite, en ese espacio en el que miran los artistas. “Los restos del fin” guarda continuidad y congruencia con su producción anterior, pero en esta obra hace otra cosa. Decididamente, otra cosa. Aquí salta, se para encima de la historia y esta vez ella inicia el fuego, se empodera y juega un fuego juego. La cámara del drone, contemporánea, no sólo por su tecnología, sino por operar como una mirada ubicua, simultánea, hipertextual, es testigo del suceso. Desde una visión cartográfica, nos mete en escena y sin demora nos enfrenta a una fila de objetos que comienzan a quemarse, e intuimos, se queman todos. En la inmensidad de la estepa patagónica, monta una remake de la tragedia, pero esta vez multiplica la puesta: pone en fila veintidós casas de cartón, las prende fuego y las filma; casas que pueden ser metáforas del refugio o de la urbanidad, quemándose una a una, casas que son de cartón, porque todo es efímero, ella lo sabe. En ese escenario donde se imponen al mismo tiempo la síntesis y la desmesura, se articulan como en una danza los distintos grises de las cenizas, los valores lumínicos en las llamas, las sombras en la meseta, los contrastes en el cielo; sutilezas del espanto. El sonido como un latido que acompaña refuerza el tiempo, contrae y dilata el momento y no podemos dejar de ver ese fuego hipnótico. El espectáculo nos seduce y así percibimos la paradoja velada: hay belleza en este incendio, es un siniestro estetizado. El final es todo un despliegue: en un fondo de trazas y huellas, la cámara se acerca curiosa, ansiosa, deseante, hace volar las cenizas por el aire y desnuda la cicatriz; parece ser que el fin no solo deja restos, sino un sinfín de nuevas pistas. Como el texto de Jean Cocteau que propone para anclar su obra, Patricia nos exhorta a salvar el fuego

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